Viernes, 17 de Octubre de 2008
Por Facundo García
Si alguien pretende balcanizar Latinoamérica, que lo intente a la manera de Emir Kusturica. El músico y cineasta serbio se presentó el miércoles con la No Smoking Orchestra, munido de una seguidilla de canciones etno-rockeras que catapultaron a todos hasta los confines de la madrugada. Su séptimo concierto en Buenos Aires –el segundo en el Luna Park– no sólo puso a delirar a más de 8 mil personas sino que confirmó una relación de empatía y familiaridad que se da con muy pocos artistas europeos.
Quién sabe: a lo mejor hay planos de la realidad en que los límites geográficos se alteran. Espacios emocionales donde Europa del Este y la Argentina están pegaditos, compartiendo esa disposición agridulce de emociones, o esa capacidad para celebrar sobre sucesivos Titanics. No por casualidad la banda salió al escenario con el himno de la Unión Soviética, para que acto seguido Kusturica –Kusta, para sus compatriotas– lanzara el punteo de guitarra que abrió la ceremonia. Inmediatamente apareció Nelle Karajilic, panzón que ostenta el cargo de “jefe anárquico” de la troupe. De rojo brillante, el petiso se ocupó de que varios terminaran preguntándose si era un genio o un desequilibrado mental y no desperdició ni un minuto del espectáculo en la tarea de profundizar esa duda. Con “Drag Nach Hosten” –hit reconocible aun para el oído más perezoso– alcanzó una velocidad crucero que se mantendría toda la velada.
Para explicar lo que siguió sería conveniente superponer postales. Una tendría a Kusturica dándole duro a la viola, con su cabeza tapada por un sombrero de paja. Frente a él, el público componiendo un pogo masivo; y alrededor los músicos de la ex Yugoslavia haciendo trencito, como si estuvieran en el cumpleaños de su tío. La amalgama entre actitud punk y algarabía casamentera completaron el combustible para un viaje que avanzó con pedidos de más y más unza unza.
“Lo que está abajo / debería ir para arriba / y lo que está arriba / tiene que ir abajo”, marcaron en “Upside Down”. Aunque la letra era en inglés, las ideas llegaban perfectamente. El entrevero de idiomas, films y canciones llegó al punto en que la multitud se ponía como loca ante la sola mención de títulos como Underground o Gato negro, gato blanco. Obras para el cine, pero evidentemente para un cine que está muy lejos de agotar su experiencia en una sala o en el living. En efecto, “Evropa” –incluida en Tiempo de gitanos– hizo que se coreara unánimemente contra la tele comercial y sus valores: “¡Fuck you MTV!”, bramó la voz colectiva.
Es llamativo que nadie se refiriera a la cinta sobre Maradona que el hombre nacido en Sarajevo acaba de estrenar. Tampoco hubo música nueva. Sí, en cambio, redobladas muestras de lo que generan temas ya clásicos. Junto a pruebas como tocar el violín con una plica gigante, los artistas invitaron a bailar a más de diez mujeres (incluyendo a una señora que ahora lo debe estar contando en la peluquería). La No Smoking les cantó serenatas, las hizo danzar y las metió en una ronda que giraba haciendo pasos militares bufos. Ellas saludaron, sacudieron su humanidad y hasta se animaron a volver con el público mediante un par de clavados kamikaze.
Bordeando los bises, llegaron “Devil in the Business Class” y la pantomima pimpinelesca de “Was Romeo Really a Jerk?”. El cantante –siempre a mil– había cambiado su camisola por la casaca de Excursionistas. “¿Saben? Fue el primer equipo que conocí acá, qué le voy a hacer”, se sinceró. El ritual terminó con percusión y más fuerza, entre fans a los que se les empezaban a derretir las resistencias. Luego, el himno soviético otra vez, para dar paso a la siguiente etapa de la noche, del otro lado de las tarimas. Transpirados a más no poder, los serbios improvisaron una asamblea en los camarines, para propiciar una asociación de “unión serbio-argentina”. Dirigía el evento el flamante presidente de la entidad, un argentino que es responsable de haber contagiado la pasión por Excursionistas. Alrededor de las dos y media, Kusturica conversó con PáginaI12 en un rincón de un bar palermitano. “¿Por qué ese contacto tan intenso con la gente de acá?”, fue la primera consulta. “Pasa que en el fondo ambos venimos de pueblos politeístas”, contestó. “Es verdad que acá y allá hay católicos, musulmanes, judíos, etcétera. No obstante, creo que compartimos el hecho de sospecharnos básicamente paganos. Si a eso le suma la confianza que tenemos en la intuición, todo está clarísimo.”
Por último, Kusta –que según sus allegados suele pasar los días en una villa que ha hecho construir a la medida de sus fantasías– reconoció que tantas citas a la revolución “tienen mucho de broma” y enfiló para el lado del bailongo: en su remera persistía un Che Guevara que se difuminó entre amigos que incitaban a no perderse la fiesta.
sábado, octubre 18, 2008
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