miércoles, abril 15, 2009


La nota es relativa a la ultima 'visita', pero...

Yo no vengo a dejarme encasillar”
Holandés, acostumbrado a viajar por el mundo, fue el inventor de una cumbia experimental que gana espacios en todas partes. Pero se resiste a ser convertido en fast food del mercado musical.







Por Facundo García
Con semejante apodo, lo esperable es que el tipo sea un demente. Nada que ver: Dick El Demasiado, fundador de la cumbia experimental, se sienta en el techo de la vieja casa que le prestaron en La Boca y responde con inteligencia y puntería poética. Lo primero que cuenta el holandés es que vivió en Argentina entre los 6 y los 12 años, y que está en otro de sus retornos autogestivos. Tocará hoy en Niceto (Niceto Vega 5510), el 24 de junio cambiará el clima fashion de Palermo por un concierto para los detenidos de la Unidad Tres de la Cárcel de Ezeiza, y el 28 los anarcos y sus amigos podrán disfrutarlo en la sede de la Federación Libertaria Argentina (Brasil 1551).
¿Pero qué debe pasar para que un tipo nacido en la otra punta del globo se pierda por los ritmos tropicales? Las cadencias envolvieron a Dick desde la infancia, cuando aquel hijo rubión de un ejecutivo de Philips se asomaba al “tikití-tikití” que salía de las piezas de las mucamas. Hubo una en particular, Marta, a quien los años revistieron con una pátina de magia. “Ella influyó mucho en mi arte. Era santiagueña y le daba duro a la cumbia”, cuenta El Demasiado. Y remata con una prueba de la fuerza vital de la señora: “Un día volví de la escuela y encontré a mi papagayo flotando en un piletón. Marta lo agarró, lo puso en una cajita de zapatos al lado del horno encendido, le hizo respiración boca a boca ¡¡y lo revivió!!”. En honor a aquel episodio nació el tema “Me salvaste el papagayo”, aunque la resucitadora aparece de una u otra manera en muchas otras creaciones.
Cuidado. El entrevistado piensa lo que dice, no es un gringo que se hace el piola. Y tiene giros tremendos. “En esta heladera no vuelan colibríes”, puede soltar. O es capaz de despacharse opinando que le gustan las chicas que cantan “como cabras aplastadas por un tractor”. Sorprende con su argentinidad defendida a los ponchazos. Por momentos hace recordar a Luca, similaridad que –se rumorea– el propio Andrea Prodan se ocupó de señalar. “No me siento exótico acá. En realidad, tengo poco que ver con la educación europea formal. Al año y medio de vida estaba en Guatemala. A los 3 y medio en Holanda. A los 6 en Argentina. A los 13 me mudé a París. A los 15 a Holanda de vuelta, a los 18 a Sudáfrica y a los 20 de nuevo a París”, recapitula el cumbianchero, acaso el único del palo capaz de mencionar a Witold Gombrowicz y a los Pibes Chorros en la misma mañana.
Con las primeras barbas, Dick se integró a iniciativas artísticas en Europa –generalmente relacionadas con el videoarte–, en un remolino complejísimo que terminó con un nuevo anclaje en América latina. El Operativo Retorno se inició con el Festival de Cumbia Experimental Festicumex, organizado en Honduras a mediados de los ’90. Pero el evento nunca tuvo lugar: fue sólo un concepto, y no obstante significó el puntapié inicial para los encuentros que siguieron, que fueron muy reales y levantaron revuelo en la Buenos Aires que se buscaba a sí misma tras el sacudón de 2001. Al promediar la década, la epidemia se extendió y se sumaron figuras. Cumbia Queers, The Peronists, Rey Trueno y su Orquesta, Banda Maximal y Ecuador Everywer son sólo un puñado al azar entre el semillero enorme que rebasa las fronteras sonoras del continente, salpicando a Europa y EE.UU. En tanto, los fans le dieron a Dick cierta reputación, y los más osados lo nombran “el Lee Perry de la cumbia”, en alusión al mítico alquimista del dub. El no se duerme en los laureles. Sigue peleando porque su campo no sea apropiado por las lógicas comerciales e intenta sostener Tomenota Records, sello independiente que fundó bajo el antinostálgico lema “Treinta años evitando el tango”. “Para mí este lugar no es triste, todo lo contrario”, explica.
–Es raro, porque cuando una música se acerca mucho a lo “experimental”, suele separarse del baile. Pasó con Piazzolla, con el cool y el hot jazz, el rock progresivo.
–Mientras estás bailando variás permanentemente el eje de tu cuerpo, y eso cambia la perspectiva. Nos educan de tal manera que nos acostumbramos a percibir las cosas desde unos pocos puntos de vista. Yo lo vivo conmigo mismo. Este país tiene una construcción mental de inmigrantes, de manera que si ven llegar a alguien de afuera dicen “bueno, a ver con quién se va a quedar éste”. Yo bailo, me corro del rótulo. No vengo a dejarme encasillar. Aquí el laboratorio está en la música, pero también en los que se mueven con ella, en el camino que hace cada uno.
Así se las llame chamánicas, psicodélicas o electrónicas, las vertientes de la neocumbia están en alza. La prensa internacional, como el New York Times, le dedica artículos y críticas, y hasta la cataloga como el eslabón que sucederá al reggaetón. Dick se retuerce un poco al escuchar estas descripciones. “Ideé la cumbia lunática como un jardín al que se puedan ir integrando más y más seres. El tema es que veo que ya aparecen avivados que dicen ‘uy, a esta vaca le podemos sacar sus buenos litros de leche’. Es una lástima”.
–El riesgo es que se haga una apropiación miamizada por las multinacionales, peligro que usted ya advertía cuando tituló su primer disco No nos dejamos afeitar.
–Exacto. Estoy del otro lado. Yo escuché mucho y al mismo tiempo soy un analfabeto de la música. Ni siquiera sé afinar. Gracias a las posibilidades de lo digital, entré sin necesidad ni ganas de respetar las leyes de la música. En consecuencia, no es posible apropiarse de mis temas fácilmente. Son canciones protegidas contra Santaolallas.
La banda que acompaña al fundador de la cumbia experimental se llama Sus Exagerados y, como una selección zen, está compuesta exclusivamente por los primeros músicos con los que Dick pegó onda. Vienen calentitos, porque últimamente estuvieron tocando duro y parejo en París y Berlín. Con ellos El Demasiado suele presentarse en cárceles o en ámbitos aun menos convencionales, como las estepas rusas, donde el año pasado se empezó a concretar el sueño de grabar el primer disco de cumbia en vivo “en uno de los rincones menos tropicales que se conocen”.
Al músico se le ilumina la expresión si se refiere a esos toques atípicos. “En el Penitenciario canté que ‘el que viene por la miel no es ladrón’, y tendría que haber visto las caras de los presos. Aunque tenían prohibido pararse en los asientos –ese día hubo una pelea muy grande–, levantaban el culo lo más que podían. Querían participar. Me quedaron grabadas esas fisonomías en las que descubrías niños detrás de las cicatrices”, recuerda.
Cuando decide volver a casa, Dick suele echar velas hacia Holanda, donde es padre de familia y se gana el puchero concretando proyectos de arte. Hasta hace muy poco sus hijos desconocían la veta cumbianchera de papá. “¡Qué belleza fue que se enteraran!”, se tienta. “La otra vez traje a mi hija. Después oí que decía a sus amiguitos de allá que todas las chicas lindas conocían mis temas. Los otros la miraban medio incrédulos. Y cómo le iban a creer, si las veces que conté lo que me pasa acá en alguna cena de Europa percibí que los presentes se miran entre ellos y se dicen ‘por favor, que este chiflado no haga nuestra contabilidad’.”
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El Holandés errante